With so much conversation about race in these last days, let us remember the work of dismantling racism and being agents of racial reconciliation is the work of all baptized people. We follow Jesus who gave His life for love, truth and justice. No less is required of us today!
Racism, in all its forms, is sin. It is founded on a lies and is therefore an affront to God, an abuse of power and a demonic spirit. Racism is depravity and deviance from Jesus’ example and teaching about the sanctity of human dignity and the oneness of the human family.
Racism injures both the victim and the perpetrator. The victim of racism is constantly and culturally force-fed a diet of inferiority, indignity and shame simply for being born as God designed. So insidious is this process, that in many instances its victims not only ingest but internalize and actively participate in their own oppression.
The perpetrators of racism injure God, themselves, their community and their progeny by culturally accepting and economically and politically reinforcing the tragic lie of racial superiority. These souls ingest a putrid mix of idolatry, arrogance, guilt and shame. Then there is the haunting sense of some that their present well-being owes its genesis to stolen personhood and stolen labor. From the founding of our country and state until now, racism bedevils us.
Yet, what bedevils us must not defeat us. Our purpose in the Episcopal Diocese of Atlanta is to “…challenge ourselves and the world to love like Jesus….” This and no less is our purpose and calling.
NO MENOS
Con tanta conversación sobre la raza últimamente, recordemos que el trabajo de desmantelar el racismo y de ser agentes de reconciliación es el trabajo de todos los bautizados. Nosotros seguimos a Jesús, quien dio Su vida por amor, verdad, y justicia. No menos es requerido de nosotros hoy.
El racismo, en todas sus formas, es pecado. El racismo es fundado a base de mentiras, siendo asi una ofensa hacia Dios, un abuso de poder, y un espíritu demoníaco. El racismo es la depravación y la desviación del ejemplo de Jesús y sus enseñanzas sobre la santidad de la dignidad humana y de la unidad de la familia humana.
El racismo hiere a la víctima y al perpetrador. La víctima del racismo recibe constantemente una dieta culturalmente forzada de inferioridad, indignidad, y pena, simplemente por haber nacido de acuerdo con el diseño que Dios creó. Es tan insidioso este proceso que en muchas ocasiones las víctimas no ingieren pero internalizan y participan activamente en su propia opresión.
Los perpetradores del racismo hieren a Dios, a ellos mismos, a su comunidad, y a sus descendientes al aceptar y reforzar economicamente y politicamente la trágica mentira que es la supremacía racial. Estas almas toman una mezcla podrida de idolatría, arrogancia, culpa, y vergüenza. Luego, está la inquieta sensación de algunos de que su bienestar debe su génesis a la personalidad robada y el trabajo robado. Desde que se creó nuestro país y estado hasta ahora, el racismo nos agobia.
Sin embargo, lo que nos agobia no nos debe vencer. Nuestro propósito en la Diócesis Episcopal de Atlanta es de “desafiarnos a nosotros mismos y al mundo a amar como Jesús” Esto, y no menos, es nuestro propósito y llamado.